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La imagen como herramienta social y política

La imagen como herramienta social y política

Al dejar la huella en la pared de la caverna comenzamos un camino sin retorno hacia la abstracción racional que supone esa línea transformada en imagen, un trazo suelto, un solo gesto para darle nombre y aproximación a todas las cosas, una imagen convertida en palabra y concepto.

Dejamos atrás el mundo animal para comenzar a construir un entramado código de imágenes que luego serán palabras, representaciones de lo deseado para apresar y conjurar ese mundo real.

En el paleolítico la producción visual y los objetos están reservados a lo mágico y lo sagrado, la jerarquía de la imagen está vinculada a la importancia del rito y se coloca al margen de la vida misma, para ejercer poder sobre ella, se separa de la cotidianeidad para ser herramienta de la cultura dominante.

Todas las culturas establecen un código de representaciones estricto y funcional a esa mirada de autoridad, “la imagen se convierte en una herramienta social y política” que construye las relaciones entre los sujetos, estableciendo escalas de poder y autoridad. Para reforzar este paradigma aparece el relato bíblico y otras construcciones de autoridad, en ellas son reiteradas las escenas que implican y naturalizan prácticas de exclusión, sumisión, culpa, condena.

Como en todas las construcciones del poder dominante siempre subyace una promesa y esa promesa puede ser moral, física, económica, social, sexual. Su objetivo es exterior, lejano pero supuestamente posible, es una promesa individual sustentada en el mérito y el esfuerzo de cada individuo separado de lo colectivo.

Siglos de tradición, convalidan al arte como referente moral y autoridad cultural, las imágenes dan prestigio a los dichos y se convierten en patrimonio y herencia indiscutible de la cultura dominante. Así el arte va mutado en nuevas formas de representación y la sociedad de consumo abre sus puertas a esos formatos utilizando muchos de los recursos del arte en la publicidad y reforzando la cultura del consumo. Se divulga mediante las imágenes todo lo que la sociedad cree de sí misma sosteniendo el principio de… “sos lo que tenes” haciendo que el espectador se sienta insatisfecho con su presente, no con el modo de vida de la sociedad, sino con el suyo dentro de esa sociedad. La publicidad lo estimula a poseer lo que ve por fuera de él, generando una falsa promesa de satisfacción.

Toda Publicidad actúa sobre la ansiedad, la ansiedad de que al no tener nada no sos nada, ampliando la distancia entre lo que sos y lo que te gustaría ser, “El acto de adquisición ocupa el lugar de todas las acciones, el sentido de la posesión anula a todos los demás sentidos”. 

La sociedad de consumo no estimula el compromiso y la responsabilidad social, basada en la satisfacción individual de las personas no favorece la construcción colectiva del ciudadano responsable, comprometido y solidario con su comunidad.

¿Y entonces...? ¿Qué hacemos con todo este bagaje cultural?, ¿qué hacemos con todas estas construcciones?

O tomamos conciencia de estas contradicciones, de sus causas y consecuencias, y participamos política y activamente para derribar estos paradigmas o vivimos sometidos a ellos, a su ensueño y a las insatisfacciones permanentes.

No hay humanidad sin aprendizaje cultural, el hombre no se construye solo, no se hace solo, se hace por, con y para el otro, en ese andamiaje de relaciones nadie quiere ser tratado como animal, como cosa o como objeto y esa humanización es un proceso recíproco. La responsabilidad de construir ese ideario de imágenes dentro de nuestras culturas nos va definiendo como sujetos activos de la sociedad, entendiendo que la imagen llega antes que la palabra, que miramos y vemos antes de hablar y que es la imagen la que establece nuestro lugar en el mundo, que miramos y nos miramos en relación con las cosas y con los otros, en un movimiento continuo que nos resignifica. 

Son muy pocas las personas que se percatan de la manipulación de la imagen y son esas mismas imágenes las que nos transmiten la ilusión de que nada se puede cambiar, sin embargo, utilizando este lenguaje de manera diferente, podríamos romper con el paradigma dominante para establecer otra relación con la historia, una nueva manera de mirarnos y relacionarnos con esa historia y con nosotros mismos, asumiendo una responsabilidad ética en el ejercicio plástico, visual y audiovisual.

Mauricio Nizzero

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